El testigo

Vida y miserias de un cantaor

Conocí a Fernando Quiñones en los años setenta. Daba unos recitales de cante y poesía acompañado a la guitarra por otro gran poeta de su generación: Félix Grande. Me invitaron a recitar con ellos unos poemas (eran poetas andaluces contemporáneos suyos, entre los que recuerdo especialmente a Pedro García Baena). El acto fue en el colegio mayor de San Juan Evangelista de Madrid. Quiñones me bautizó después y me presentó al público diciendo: es una rapsoda. Los cantaores flamencos son rapsodas y Fernando Quiñones era poeta y rapsoda.

Era un hombre especial. Su físico era chocante: Ni guapo ni feo. Raro. Su voz todavía la recuerdo. Cierro los ojos leyendo el texto de «El testigo» y puedo oírla. Cuando leí por primera vez El testigola voz. Me ocurrió hace años cuando hice La taberna fantástica. Y nunca más. Ese es el motivo real por el cual yo estoy involucrado en este trabajo. Además, es una deuda antigua. El flamenco fue para mí un ritual de iniciación al arte y fue un método secreto para ganar seguridad cuando comencé a trabajar en el teatro. A los tonos y a los gritos del cante yo les debo mucho como actor. Mi voz se permeó de todo ello, como de todo lo que oí en mi infancia en Andalucía.

Todavía suena todo eso en mi memoria como las campanas de la iglesia de mi pueblo. Al misterio que encierra el cante jondo le debo más, pero eso no puedo explicarlo aquí. Tengo que hacerlo en el escenario, con el texto de Fernando Quiñones. A lo largo de dos meses de ensayo he ido descubriendo cada vez más matices y sabiduría poética, y sentido del ritmo, y de la medida, y delicadeza, en este aparente costumbrismo que encubre en el texto de Quiñones, algo más que está debajo de la fachada: el conocimiento profundo y el estilo de un grandísimo escritor. No me extraña en absoluto que Borges le apreciara sobremanera.

Espero estar a la altura de las circunstancias y vengo aquí con el respeto y la reverencia que me inspiran tanto el cante como la maestría literaria de un hombre que supo transmutar su devoción por el cante en filosofía, poesía y gracia. Cuando Francisco Ortuño (al que agradezco que pusiera en mis manos esta joya), me dijo que este texto era la elevación del flamenco a la categoría de pensamiento yo no sabia lo que estaba diciendo. Aunque la frase me gustó. Por quedar bien le dije: Por supuesto. Y me quedé pensando… pero de verdad que no lo sabía. Hoy, después de haber estudiado El testigo, yo puedo asegurar que el cante ya es en si mismo pensamiento.

El cante está elevado cuando se hace presente a través de alguien como Miguel Pantalón; el cante es el diamante de la India, como ha dicho Fernando Quiñones. Ya ha habido algunos cantaores que han ido desde Andalucía hasta la India buscándolo. Pero ¿qué es es ese diamante? ¿qué secretos encierra? Y un Miguel Pantalón ¿dónde calza hoy día, un Miguel Pantalón? Espero que después pueda usted mismo estas preguntas. O no. Yo ya me tengo que ir yendo porque empieza la función. Con su permiso antes voy a tomarme una copita. El golpe de viento es malo para la voz. Pero… ya está…. ¡Voy! empieza la función.

RAFAEL ÁLVAREZ, EL BRUJO

Adaptación, dirección e interpretación: Rafael Álvarez, El Brujo
Realización de vestuario:  Personals Taylors
Diseño de escenografía: Equipo Imagen Escénica PEB
Ayudante de escenografía: Félix Fernández
Realización de escenografía: Talleres CAT, Peroni
Composición musical: Javier Alejano
Percusión: Daniel Suárez ‘Sena’
Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho
Ayudante de dirección: Oskar Adiego

Producción: Producciones El Brujo y Centro Andaluz de Teatro

Equipo de El Brujo:
Directora de producción: Herminia Pascual
Jefe técnico: Oskar Adiego
Regidor: Félix Fernández
Distribución: Gestión y Producción Bakty S.L.

Equipo del Centro Andaluz de Teatro:
Secretario de dirección: Esperanza Díaz
Coordinadora de programas: Mercedes Prados
Ayudante de dirección: Rafael Abolafia
Dirección: Francisco Ortuño Millán
Duración: 75min (sin intermedio)

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