De vuelta a Madrid. Después del Festival de Mérida estuve en Cuba, de vacaciones… ¡Sólo una semana!
Santiago de Cuba: sabor y son, y calor. Las viejas de Santiago se mueven a toda paciencia del Universo, en cada va y ven… Así es que si pides un café o una cerveza en algún bar ya sabes lo que te espera: esperar. ¡No cojas lucha, chico!
Hay que aprender la lección: en el universo no hay estrés, es sólo un invento de la torturada mente del hombre. (¡Qué bien me ha quedado esto último!)
Ahora estoy otra vez en el Teatro Alcázar-Cofidis (¡Cofidis!) con La Odisea. Noto cierto aburrimiento en el personal. Final de agosto y crisis y calor y «tanto Bárcenas» y ahora para colmo Gibraltar. Lo que faltaba.
Pongo la tele y todo el mundo habla de porcentajes. Todo el mundo sabe del PIB y del POB. Y yo me pregunto: ¿se lo creen de verdad? ¿Cómo se mide el sufrimiento? ¿Es del 40% del PIB o del 35? ¿Cómo se mide la libertad, la dicha, el heroísmo, la esperanza? Los baremos de la sociedad son de orden cuantitativo, así es que lo que se puede medir, pesar o tocar no es más que un sueño irreal, una ficción…
Pero podría ser que el agobio psíquico de la población haya influido de forma considerable en la subida despiadada de las temperaturas. Imagínense al hombre del tiempo diciendo: «estamos viendo aquí una masa de cabreo central en la pensínsula -de todos los que no se han podido ir de vacaciones- que va a aumentar hasta un 35% los valores mínimos del calor en Andalucía».
Imagínense llegar al banco y decirle al director de la agencia: «Oiga, me tiene que hacer una rebaja en la cuota de la hipoteca porque estoy sufriendo el 90% del PIB». Imagínense que el director sacara una calculadora y después de hacer un par de operaciones dijera: «De acuerdo, le vamos a hacer una rebaja del 2,5% porque sufrir por encima de la media del PIB (o sea el 50%) no es bueno ni para el banco, ni para usted, ni para nadie». ¡Qué alegría!
Si se pudiera medir el sufrimiento, tal vez Botín -que es un banquero inteligente- pondría algo en marcha para controlarlo… medirlo, subirlo, rebajarlo… ¡controlarlo! Mucho sufrimiento podría generar pérdidas de rentabilidad pero poco sufrimiento desincentivaría sin duda el crecimiento.
Moderación, equilibrio, estabilidad. Eso es lo que hace falta. No son buenos los excesos. Sin embargo la embriaguez y el exceso es, ¡a veces!, lo único que renueva el alma. Y los grandes poetas saben del alma. Y Homero -si es que existió- era grande y, como en Shakespeare, todo en Homero es un exceso: la belleza y la catarsis sin medida.
Estaba ciego -si es que existió- y la ceguera, para él, era un don. Así podría concentrarse mejor en lo que no se puede ver con los ojos del alma: ¡un exceso! Tengo la suerte de alimentarme cada noche con los versos de Homero y compartirlos a mi manera (a mi manera quiere decir, salvando las distancias, con mis particulares excesos) con un público amigo que ríe y al final se emociona un poco, creo.
La belleza no se puede medir pero ‘engrandece’ el alma. Pero, «¡coño! -como diría un taxista castizo del foro- si no se puede medir ¿cómo va a ‘engrandecer’ el alma?, ¿en qué quedamos, tronco?».
En fin, ya he vuelto a Madrid: continuará.
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