En una de las películas que se hicieron sobre la Madre Teresa de Calcuta (no recuerdo cual) vi una escena que me impresionó. La Madre atendía a un niño moribundo. El chico era pequeño y muy guapo y miraba a la Madre con ojos grandes en los que latía una pregunta: por qué?
La Madre Teresa como no tenia una respuesta, le contó al niño una historia. Era una historia muy breve y el chico la escuchó atento con los ojos abiertos desde la oscuridad. “un chico – le dijo la Madre – cortaba rosas para Jesús, pero se clavó una espina y sintió dolor“.
En la siguiente escena se ve a la Madre poniendo las pertenencias del niño en una especie de barquito, como una canasta, y dejándolas ir sin rumbo sobre un río grande y caudaloso. La cámara se centra en la cara de la Madre y en sus ojos puedes percibir que late la misma pregunta: por qué?
Más allá del bien y del mal, el misterio de la vida parece ser que está al margen de toda pregunta y de toda respuesta. Por eso es que le llamamos misterio. Pero de todas formas es muy humano el hacerse preguntas. Ya sabemos que los niños no paran.
De niño yo vivía la Semana Santa como una historia que era realidad y a la vez ficción. Esto es lo que los antiguos llamaban una leyenda de misterio. Todo giraba en torno a un personaje increíble: Jesús de Nazaret. Yo lo veía en las procesiones y podía sentir sus vivencias en cada paso, a través de las secuencias del tiempo de la pasión, desde el miércoles santo hasta el domingo de resurrección. Al final el protagonista muere de manera heroica y trágica y conmovedora, porque muere sin resentimiento y sin temor. Pero, como el niño y la Madre Teresa, Él también se hace una pregunta: por qué ? (“Dios mío, por qué me has abandonado?” -Mateo 27,46 y Marcos 15,34) Esta pregunta ha sido un quebradero de cabeza para muchos teólogos que al final siempre lo resuelven diciendo que Jesús no hace realmente una pregunta sino una invocación del salmo 22. Pero para mi, que soy del teatro, la cosa está clara: si el personaje no se hiciera esta pregunta no sería creíble porque no sería humano. Pero, como además de divino, al mismo tiempo es humano, Él tiene que beber del cáliz del dolor hasta la última gota. Del dolor nacen las grandes preguntas y también al final, las grandes alabanzas como se ve no sólo en el salmo 22 sino también en la Hécuba de Eurípides, por ejemplo.
En el momento del supremo dolor a Jesús le acompañan dos personajes secundarios que están también en la cruz. Son dos ladrones. Uno es bueno y el otro malo. Pero ambos, en el fondo, son el mismo personaje. Ambos, podríamos decir, son Él, el Cristo único que contiene lo bueno y lo malo dentro de sí. En el lenguaje tradicional diríamos “los acepta”. O sea, tres en uno. Como “El bueno, el feo y el malo”. (aquella película de Clint Eastwood) pero aquí “el feo” es el bello Cristo que trasciende lo bueno y lo malo, que hay en Él, que hay en ti. En el lenguaje psicoanalítico se diría “ lo sublima” a través de la belleza, que es una entrega incondicional al fluir de la vida.
Conclusión: el bien y el mal son tu propia naturaleza, pero también el Cristo. Tu eres Él, cuando tú te elevas por encima de esa bipolar y eterna confrontación entre tu “propio bien” y tu “propio mal”.
Se dice que muchos de los que alcanzaron esa meta vuelven después para despertar a los demás de esta horrible pesadilla que es siempre la misma: los malos contra los buenos, los buenos contra los malos. Despertar en la Unidad del Cristo sería la Gloria de la Resurrección.
Cuando yo era niño, el domingo se celebraba la Gloria de la Resurrección, pero era entonces cuando, paradójicamente, comenzaba para mi la verdadera pesadilla. El domingo por la tarde tenía que volver al internado. Yo me consolaba pensando que el héroe de la tragedia, aunque moría de forma terrible, al final resucitaba. Y como era fantasioso me decía: “esto también podría pasarte a ti“. Y con este pensamiento aguantaba hasta las vacaciones de verano, que eran mi particular y luminosa Gloria de la Resurrección. Era cuestión de tiempo. Solo había que esperar. Como se dice en el Mahabharata “El Tiempo es el gran personaje que al fin lo resuelve todo”. No en vano Él es el que jamás llega tarde.
Rafael Álvarez, El Brujo
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