Desde hace ya algunos años lo que más me interesa del teatro es lo que celebra, explica, o intensifica el valor de la experiencia de la comunicación en si misma, incluso por encima de aquello que se comunica; la técnica al servicio del contacto.
Contacto con el alma que, siendo buen puerto, una vez llegado a ella se olvida el oficio de la vela y de la navegación, porque en definitiva, las historias se cuentan para que se rebele el alma del que las cuenta. El Alma, la imagen de toda imagen, al igual que Dulcinea encantada, duerme su sueño mientras espera al valeroso “caballero de la palabra” para que le cuente una historia.
Qué hable pues el juglar, porque a fin de cuentas lo verdaderamente importante es “caer en la cuenta de que se tiene un alma», que así lo dijo el mismo Cervantes o al menos así dice un académico que lo dijo.
Durante mucho tiempo pensé que todo esto era hermoso, hoy ya no, hoy sé que la poesía es hermosa precisamente porque es real. Seguramente lo único real; y sé que el público tiene una necesidad, una prioridad esencial: saber del alma, porque todas las bellas historias terminan diciendo lo mismo: el mundo entero está en el alma. Para descifrarlo se nos dio el don de la palabra.
Rafael Álvarez
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