Por mi experiencia con espectáculos como El Evangelio de San Juan o San Francisco, juglar de Dios de Dario Fo, me consta que actualmente podría interesar (¡y mucho!) la vida y la obra de alguien que se lanzó a la aventura (¿quijotesca?) de sustituir el miedo por la reverencia a la divinidad. El testimonio escrito de estos hombres y mujeres muestra que esta aventura formaba parte de su propia y vital experiencia. Esto es lo que, utilizando un lenguaje moderno, se podría llamar «una completa y total curación». ¿No podría ser esta una forma actual de entender «el relato» del siervo que deja de serlo y se convierte en amo, o lo que es lo mismo, en «hijo» del «Padre”?
Santa Teresa habla en El castillo interior con un lenguaje en el que todavía resuenan los ecos caballerescos y el ideal poético de la gesta, pero ¿cómo se podría hablar hoy, con la misma claridad y contundencia, de un castillo interior? Santa Teresa habla del secreto vibrante del alma y la poesía en ella es un florido estandarte.
Mi proyecto para este espectáculo es un recital con sus composiciones poéticas más significativas, sobre las notas sostenidas de un solo instrumento: un violín abierto al oído hacía el sonido secreto escondido, al asalto del «castillo interior». El violín predispone y desbroza el camino. La poesía hace el resto. Pero no sólo eso. Debería haber otra parte, o contraparte, tomada de la sustancia de la biografía pero pasada por el tamiz de la juglaría: los episodios escogidos de la biografía teatralizados e intercalados con los poemas. Para lograr el equilibrio entre estas dos fuerzas contamos con la inestimable ayuda del Espíritu Santo. Es decir, el humor, que como corriente eléctrica vivifica, despoja, limpia y puesto en su sitio, conduce hacía otros propósitos.
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