«Tengo un lebrel. Se llama Carabel. ¡Es un recuerdo de mi amigo García Martí! Nada le agrada tanto que dormir debajo de mis pies. Cuando se enoja y le largo de mí, vuelve sumiso a lamerme la mano. Como sé que la estima, se la entrego. Busca después mi mano cercenada. Y, hocinando en la manga, da su gemido. Llora por una mano que lamer.
Y yo, señor, lloro porque quisiera darle una parte de mi humano ser»
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