“Quiero anotar en mi cartera
la gracia de esta rama verdecida
mi corazón también espera
hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera”
Antonio Machado
A mis amigos de la infancia: Pepe y Amparito, Rebollo, Fernando y sus respectivas.
El miércoles santo estuve en casa de unos amigos ceramistas: Angie y Avelino. Y tenían una perra maravillosa. Nos ofrecieron una merienda en el jardín, a la sombra de un arbolillo. Y la perra se quedo conmigo… Bueno, mejor diré que yo me quede con ella, le hice unas caricias y después… ella se quedó conmigo… y de vez en cuando venía y me ponía una cuerda sobre las piernas. Yo la miraba con un poco de horror, me refiero a la cuerda, no a la perra. Y cuando yo, con deditos pulcros, me iba a sacar la cuerda de encima (con sus babitas de perra, la cuerda) entonces ella, la perra, me la arrebataba con rapidez y me miraba después con sus bellos ojos marrones, mostrando suficiencia canina, como diciendo:
—¿Ves? No puedes. ¡Venga! inténtalo otra vez.
Y otra vez me ponía la cuerda sobre las piernas. Así varias veces. Y siempre me miraba como diciendo:
—¡Venga! espabila.
Me tenia frito. Estaba adoptando un papel humano conmigo. Me trataba como a un pobre animal inferior. Jugaba conmigo con aire de paciencia y arrogante superioridad.
La verdad es que a nivel de motricidad la perra me daba mil vueltas. Pero de repente pasó un avión ronroneando, surcaba los cielos. Y la perra miro hacia arriba con sus bellos ojos caninos.
—Se queda con los aviones. —Me dijo su dueño, Avelino—. Le parecen pájaros lejanos y les ladra.
La perra miraba el avión como si quisiera salvar la distancia y cazarlo al vuelo. Daba vueltas, saltaba y era feliz. Era la expresión completa de la vitalidad y la felicidad. Me conmovió. Esto es Ananda, pensé yo. Como ahora estoy con la Autobiografía de un yogui, pensé esto: la felicidad, la salud y la vitalidad se están expresando de forma intensa a través de la naturaleza de este animal. Sólo le falta la conciencia. Es decir, saber que ella está gozando en este momento de este regalo de la vida. Le falta la acción reflexiva del pensamiento. Eso es. Dicen que un gato es un ensayo de la naturaleza sobre la conciencia del movimiento en el cuerpo, pero desprovista aún de la acción reflexiva de la conciencia… eso es.
Pero entonces de pronto descubrí la mirada inteligente de la perra. Me miraba como si me estuviera diciendo:
—¡Qué gilipolleces pensáis los humanos! Pero a que no tienes… eso… de arrebatarme la cuerdecita. —¡Venga!… espabila.
Y con una mirada excesivamente inteligente, me puso esta vez la cuerda al lado de un pie, muy cerca, provocadoramente, y volvió a mirarme como diciendo:
—A ver si hay lo que tiene que haber…
Empecé a pensar que quien viviría dentro del cuerpo de este bello animal. Como dice la obra El asno de oro, una obra en la que un hombre se convierte en burro pero conserva su alma humana bajo la piel de este animal, me dio por pensar que tal vez un alma despierta puede habitar en cualquier forma viva ¿Por qué no en esta perra?. Y desde luego que la perra era despierta.
En esto una bandada de pájaros se acercó al jardín. Cantaban revoloteando en el cielo. Y ella se movía con los pájaros, más cercanos que los aviones, y se giraba de un lado a otro con ritmo y rapidez. Bailaba con el canto y el vuelo de los pájaros, ladrándole al cielo. Había que verla. Estaba sincronizada. Era exultante y estaba sencillamente exaltada. Era feliz.
Cuando volví a casa, mas tarde, entre los bosques, por la carretera, Dani conduciendo y mi esposa, Dacmara, atrás en silencio y gozando del atardecer… pensé que estaba gozando… pensé que la primavera llevaba ya casi un mes de calendario, pero con la perrita de mis amigos, los ceramistas, la primavera había llegado al fin a mi corazón. Pensé.
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