Yo estaba ensayando en uno de los camerinos del teatro cuando, no sé por qué, sentí una irrefrenable necesidad de subir a la terraza. Lo hice y allí me atrapó una negrísima columna de humo. Había una soga enorme a mi lado, la desenredé y la anudé con fuerza después a mi cintura, mis axilas, mis ingles y cuando estaba dispuesto a lanzarme al vacío, oí los gemidos de una anciana en el quinto. Sujeté la soga a una viga que salía por allí debajo de una ventana, me deslicé por la fachada luego hasta el piso, cogí a la anciana en mis brazos, volví a la terraza a través de la soga de nuevo escalando, y ahora ya por fin, me lanzo con ella sin freno al vacío y sujetando a la pobre mujer como pude, volamos juntos por encima de los coches que transitaban la calle de Alcalá. Incluso me pareció ver a Blesa paseando libremente por allí con la falda almidoná. En fin…¡para matarnos! Pero no, cuando llegó a su tope la cuerda -casi nos estampamos con la fachada de enfrente- regresó y se introdujo por una de las ventanas del teatro, rompiendo los cristales con una gran estampida. Rodando por el suelo con tres volteretas, protegiendo a la anciana con mi pecho y mis brazos en todo momento, al levantarme, con paso ligero, elegante y flexible, se la entregué a un fornido bombero que, según me dijo él mismo después, practicaba como saxofonista en sus días de asueto. Se llama Julián. Doy datos para que tengan constancia de que todo esto es verdad.
De vuelta a casa más tarde en un taxi, me dice el taxista:
– ¿Es usted Albert Boadella?
– No, le dije
– Pues se le parece
Era un tocapelotas que no paró de hacer preguntas en todo el trayecto. Yo llevaba las pelotas infladas por el tirón y el áspero roce de la durísima cuerda. Tenía ganas de esparcir mi mente, mirar las nubes, olvidar la gesta, pero él insistió:
– ¡A ver si otro día le veo más alegre!
Reprimí mis deseos de soltarle una fresca. Llegué a casa, bañe a mis hijos, les hice la cena y les leí después varios cuentos. Y todavía las masas prefieren a David Beckham. Ocho personas han muerto en una avalancha en Shangai por acercársele, y a Cristiano Ronaldo y a etc… etc… etc…
Pero algo ya está cambiando en el mundo. En Brasil, los superhéroes anónimos exhiben pancartas que dicen: «preferimos una escuela, un hospital o un teatro a un gol de la selección». ¡En Brasil!
Surge pues una nueva conciencia. Las pesadas cadenas poco a poco se rompen a la luz de la luz.
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